viernes, 23 de diciembre de 2016

LA MUERTE DEL MAYORDOMO

1
  En el Londres de los años setenta existió un hombre muy peculiar que se alojaba en el número cincuenta y cinco de la calle Oak.
  Nuestro personaje es un detective  que ronda los cuarenta y un años de edad. Tiene, por lo tanto, algunas canas en su espeso cabello negro, como su bigote. Su piel es pálida y sus ojos verdes.
  Su vestimenta no difiere demasiado de la de la gente de la época; lleva un sombrero de bombín, camisa blanca  con el cuello subido, corbata negra con rombos rojos y un clavo de plata, chaqueta y pantalón grises de pana y unos zapatos negros con suela de madera.
  Posee un carácter excepcional y una inteligencia superior, así como un curioso e infalible método de observación y deducción. Su nombre es Jonathan Smith.
  El señor Smith ayudó en numerosos casos  al sargento de Scotland Yard conocido como Claminton.


2
  Este caso comienza en la mansión del millonario Thomas K. Rockefeller.
  Es una noche fría y tormentosa, ya que hay luna nueva y muy mal  tiempo.
  El señor Rockefeller se encuentra en su bañera de mármol de Carrara y grifería  de oro, en la cual no hay ducha.
  El mayordomo se encuentra en el pasillo tapizado llevando una palangana de oro a su señor, en la mencionada palangana hay agua caliente.
  Como le intriga la hora, pues cree que se ha retrasado al cumplir las órdenes de su amo, el mayordomo se acerca al carillón de madera de caoba cuyos números romanos, péndulo y agujas son dorados, mientras el resto de la parte  superior y visible del aparato es plateada.
  Son las doce  y media  de la noche y, mientras el mayordomo ve la hora, aparece una mano de la parte trasera del carillón, que le clava  un cuchillo en el pecho. El mayordomo se precipita al suelo y la palangana le cae encima, derramando toda el agua. Se oye un ruido sordo cuando el cuerpo del sirviente llega al suelo, mas como no parecía que se muriera en el acto, pues seguía revolviéndose en el suelo a causa del dolor, la mano, que llevaba  puesto un guante negro, le golpeó con un martillo en la cabeza, partiéndole el cráneo.
  Mientras el sirviente permanecía tumbado en el suelo con el cuchillo clavado en el pecho y el cráneo abierto de tal manera que por el agujero salía parte del cerebro y gran cantidad de sangre, que manchaba el tapiz, aquel que se escondía  tras el carillón huye.
  El millonario, viendo que su sirviente tardaba más de lo normal, sale de la bañera, se pone su albornoz de color negro y se dirige al pasillo con la intención de averiguar lo que sucede, sin sospechar lo que realmente  había pasado.
  Al salir al corredor, ve con horror la escena que presenta su mayordomo, que yace, inerte, sobre la moqueta del suelo con la palangana boca abajo en su pecho y la cabeza abierta. Un charco enorme de sangre completaba la macabra escena en la que el sirviente  era el único protagonista.
  El señor Rockefeller corre rápidamente a su despacho para llamar a la Policía. Desde allí descuelga su teléfono negro y marca el número.

  A la una de la madrugada suena el teléfono en la estación de Policía de Scotland Yard. El sargento de guardia, Jonah Cresp, deja de mala gana sus informes, que estaba actualizando, y, emitiendo un leve gruñido, descuelga el aparato:
  - Scotland Yard, le habla el sargento Cresp, dígame.
  - Sargento, soy el millonario Rockefeller, han matado a mi mayordomo.
  - ¿A qué hora le encontró muerto?
  - No sé qué hora sería, pero verá, le envié a buscarme agua caliente sobre las doce menos cinco, y como vi que tardaba, fui a ver qué sucedía, entonces lo vi muerto en el pasillo del piso superior de mi casa.
  - Bien- dijo el policía con voz cansada mientras anotaba todo-, ahora le envío un par de agentes.
  - Muchas gracias, sargento.
  A las cuatro de la madrugada del lunes llegan los agentes pero, tras muchas indagaciones, no lograron desenmascarar al culpable, así que dijeron al millonario que debían trabajar en el caso más tiempo para poder sacar conclusiones más provechosas.


3
  A las nueve de la mañana, nuestro detective se encuentra en la cama cuando suena el teléfono tres veces. El señor Smith  despierta y lo descuelga:
  - Jonathan Smith al aparato, dígame.
  - Soy el sargento Claminton, señor.
  - ¡Ah, sí!, ¿qué desea, amigo mío?
  - El sargento Cresp me ha dicho que hay un asesinato en la mansión Rockefeller.
  - Bien, Claminton, me vestiré, desayunaré e iré para allí en cuanto haya terminado.
  - Bien, señor.
  El sargento Claminton cuelga el teléfono, coge su abrigo y se marcha en su automóvil negro con neumáticos blancos  hacia el lugar donde sucedió el crimen.
  Debido a ciertas circunstancias, el sargento Claminton llegó más tarde que el detective a la mansión Rockefeller. Smith estaba hablando con el millonario  sobre los hechos:
  - Bien, cuénteme su versión de lo sucedido.
  - Pues verá, yo estaba dándome un baño cuando mandé a mi  mayordomo, Peter, a por más agua caliente. Un buen rato más tarde oigo un golpe sordo, mas no le di importancia alguna. Más tarde, al notar que mi mayordomo tardaba demasiado, me puse el albornoz, salí del cuarto de baño y, al llegar al pasillo, vi el cadáver en el suelo.
  - Bien, muchas gracias, otro detalle, ¿cuánto personal tiene a su servicio?
  - Bueno, tengo cuatro criadas, un jardinero, un chófer y el finado mayordomo.
  - Correcto- dijo Smith mientras apuntaba todos los datos  en su pequeño cuaderno-. Una  última cosa, ¿está usted casado?
  - Sí, y además tengo una hija, pero ya no vive aquí, pues está casada.
  - De acuerdo, muy bien.

  El detective pidió al señor Rockefeller que le guiase hasta el lugar donde fuera hallado el cuerpo. El sargento Claminton les siguió.
  El lugar estaba igual a como había estado cuando la policía estuvo investigando excepto, quizás, porque el cuerpo de la víctima ya no se encontraba allí.
  - Se lo llevó el forense para determinar la hora exacta de la muerte- aclaró el millonario.
  Smith observó el lugar donde se había hallado el cuerpo inerte, que estaba marcado con tiza blanca.
  A la hora de almorzar, el detective pidió al sargento Claminton que le llevase a su casa. El detective llegó a su domicilio en el momento justo en que  acababan de servirle la comida. Su criada le había preparado un suculento pollo asado.
  Tras el almuerzo, el investigador duerme su siesta diaria que, si no hay ningún percance, dura dos horas justas, ni un minuto más, ni un minuto menos.
  Al terminar la consabida siesta, Smith llama por teléfono al sargento Claminton para continuar con su investigación. Al rato llega el sargento en su automóvil a la casa del detective y ambos se dirigen al lugar de los hechos.


4
  Una vez en la casa del señor Rockefeller, el detective le pidió a este que le permitiera interrogar a los empleados del servicio.
  Smith decide comenzar por el jardinero. Cuando le encuentra, y mientras se va aproximando a él, observa su uniforme. El jardinero vestía  una gorra de color castaño, una camisa azul, pantalones de una tela  resistente a juego con la gorra y unos zapatos ligeros. En sus manos lleva  unos guantes y está utilizando unas enormes tijeras de podar.
  - Perdóneme por interrumpir  su labor- saludó el detective-. Pero, ¿es usted el jardinero?
  El hombre, que creía que el personaje que tenía delante o bien era tonto o bien se estaba burlando de él, contestó
  - Sí, soy yo.
  - De nuevo le pido que me disculpe pero, ¿qué estuvo haciendo ayer por la noche?
  El jardinero puso mala cara y contestó secamente:
  - Dormir con mi mujer, ¿por qué?
  - No, por nada, por nada en particular. Siga con lo suyo, siga.
  - Bien.
  Mientras el detective se alejaba, el jardinero pensaba en lo loco que se había vuelto todo el mundo últimamente.

  El investigador se dirige entonces a la clínica forense en el coche del sargento, que le acompañaba. Al llegar a la clínica se dirige, sin pararse un segundo, directamente al despacho del forense. Antes de entrar golpea un par  de veces con los nudillos en la puerta.
  - Adelante- dice una voz en el interior.
  Cuando Smith entra en el despacho, el forense estaba rellenando unos impresos. Le mira y le pregunta:
  - ¿Qué desea?
  - Buenas tardes, soy Jonathan Smith, detective privado, y estoy investigando la muerte del mayordomo del señor Rockefeller.
  - ¡Ah, sí!, ¿en qué puedo servirle?
  - Verá, me gustaría  saber, si es posible, la hora exacta de la muerte de la víctima.
  - Bien, hemos examinado el cadáver a fondo y, entre muchos especialistas, llegamos al acuerdo de que fue asesinado a las veinticuatro horas y media, aproximadamente.
  - Bien, muchas gracias- dijo el detective mientras lo apuntaba  en su pequeño cuaderno de notas.
  Cuando el señor Smith sale de la clínica y se reúne con el sargento Claminton, que había preferido aguardarle fuera de la misma, le pide que le lleve de vuelta a la mansión Rockefeller.

  De nuevo allí, el detective pide al jardinero la dirección de su casa. Al momento se dirige, con Claminton, a la casa del matrimonio Simon.
  Cuando llegan, Smith sale raudo y veloz del coche del sargento y llama al timbre. Poco después, aparece una mujer con expresión interrogante en el rostro.
  - ¿La señora Simon, esposa del jardinero William Simon?- inquirió el detective.
  - Sí, soy yo- respondió la mujer, asombrada por la extraordinaria buena educación del detective, pues ella y su marido vivían en un barrio  pobre y no estaban  acostumbrados a ese tipo de modales.
  - Me gustaría saber si su marido  estuvo  durmiendo aquí con usted entre las doce y las doce y media de la noche.
  - Sí, estuvo aquí entre esas horas- le respondió, atónita, la mujer, que no sabía el motivo de semejante interrogatorio.
  - Bien, muchas gracias.
  - De nada.
  El detective, tras apuntar la información en su cuadernillo, vuelve al  coche, donde le aguardaba el sargento, entra y le comenta:
  - ¿Sabe, querido amigo?, si su mujer no miente, el jardinero tiene una coartada.
  - Ya, pero no debe descartar a nadie por el momento, señor Smith. Ella pudo haberle mentido.
  - Tiene razón, amigo mío. Además, si la mujer dormía profundamente, no se pudo dar cuenta de lo que pudiera hacer su marido en aquellos momentos.


5
  A la mañana siguiente, J. Smith se encontraba reflexionando sobre el caso mientras repasaba lo que tenía anotado en su cuadernillo.
  Tras el desayuno, el detective llamó al sargento Claminton para continuar con la investigación. Poco después se encontraba en “Villa Rockefeller”.
  - ¿Me permite interrogar  a su esposa?- pidió Smith  al dueño de la casa.
  - Naturalmente, señor Smith- responde éste con un suspiro de resignación.
  Mientras Rockefeller se dirige a buscar a su esposa, el detective y Claminton esperaban  en la sala de estar. La mencionada sala tiene dos enormes sofás tapizados de rojo, orientados hacia  la gran chimenea  blanca, como la pared, de la que cuelgan montones de cuadros. El suelo está formado por baldosas azules y castañas.
  Cuando el señor Rockefeller entra en la estancia  con su mujer, el detective piensa, a su modo de pensar inglés, que ella tiene buen gusto para vestirse. Ella lleva puesto un vestido blanco con bordados azules  y una falda que le llega  hasta los tobillos; el peinado es similar al de las damas del siglo XII, con una diadema plateada y con joyas incrustadas  que se parecía a la corona de la reina Isabel II.
  - Bien, querida señora- comenzó  Smith-. Me gustaría  saber dónde estaba usted sobre la medianoche del veintiuno de septiembre del presente año.
  - Yo estaba probándome los vestidos nuevos que mi marido me había regalado, señor Smith.
  - ¿Había alguien con usted en ese instante?
  - No, no había nadie.
  - ¿Tenía algún invitado aquel día, su hija y su yerno, quizá?
  - Sí, sí, mi hija estaba aquí esa noche, pero ahora ya no está. Sólo viene los fines de semana y hoy es martes, señor Smith, tendrá que esperar su regreso o ir a su casa en Irlanda.
  - Gracias, prefiero aguardar.

  Después del interrogatorio, Claminton y el detective salieron de “Villa Rockefeller”.
  - Bien, no podemos  decir que hayamos descubierto mucho- comentó el sargento.

  Tras el almuerzo y la siesta diaria, Smith regresa a la mansión para continuar indagando sobre el caso. En el jardín  vio a un enorme perro pastor alemán escarbando y sacando un martillo. El detective se acerca con cautela al perro, lo acaricia un poco, y le saca  el martillo de la boca. Una lenta observación  del objeto le revela que tiene restos de sangre reseca.
  Tras meter el martillo en una bolsa, se dirige a Scotland Yard.
  En la comisaría  de Scotland Yard, el detective entrega, sonriente, la bolsa al sargento Cresp.
  - Bien, querido colega, he aquí una pista muy buena sobre el caso. Este objeto estaba enterrado en el jardín de “Villa Rockefeller”.
  - ¿Y cómo sabía que estaba allí enterrado, señor Smith?- preguntó el sargento, visiblemente molesto.
  - Bueno, mi querido sargento, el pastor alemán de los Rockefeller tuvo la amabilidad de desenterrarlo y regalármelo
  - ¡Vaya!
  - Hasta la vista, sargento.
  - Adiós.


6
  Esa noche, el detective Smith tiene como invitados al sargento Claminton y al sargento Cresp para cenar en su casa de la calle Oak. Durante la cena conversan sobre el caso que les atañe.
  - Bien, parece ser que tenemos una pista, caballeros, ¿me equivoco?
  - No, no está usted errado. Precisamente es un martillo ensangrentado.
  - Sí, y ese martillo, en este momento, está siendo acabado de analizar en el laboratorio de Scotland Yard.
  - ¿Se ha llegado ya a  algún resultado?
  - Tan solo tenemos la prueba de que la sangre reseca perteneció al mayordomo del señor Rockefeller.
  - ¡Ajá!, eso ya es algo importante.
  - Efectivamente, es una buena pista, mas ese martillo es sólo una de las armas  del crimen. Falta la otra.
  - Es cierto, aún tenemos que encontrar la otra arma.
  - Queridos colegas, deduzco que la víctima fue acuchillada y golpeada con el martillo después o viceversa- afirmó el sargento Cresp.
  - Naturalmente, sargento.
  - Cambiando de tema, felicite a la señora  Findlebottom por el  estofado de cordero.
  - Es cierto, estaba delicioso.
  - Lo haré con mucho gusto, y ahora, ¿desean una copita?
  - No, gracias.
  - Yo tampoco, pero gracias de todas formas.
  - Bien, de todos modos, pasemos al salón donde continuaremos nuestra conversación.

  Fueron al salón de la casa de Smith y se sentaron  en los sillones tapizados.
  - Bien- comenzó a decir el sargento Claminton-, ¿cuál es la acción  que debemos seguir, señor Smith?
  - Opino que deberíamos interrogar a la hija  del señor Rockefeller porque me inspira ciertas sospechas.
  - Estoy de acuerdo con usted, pero ¿no sería conveniente también interrogar a la señora Rockefeller?
  - También hay que interrogar a las sirvientas y al chofer.
 - Correcto, caballeros, lo haré en cuanto pueda. Y ahora recuerdo que tengo que ir a las diez a la casa del señor Rockefeller para seguir con mi investigación.
  - Entonces, tendremos que despedirnos. Hasta mañana, señor Smith.
  - Pues más bien sí, caballeros.
  - ¡Qué pena!, me hubiera gustado seguir conversando sobre el caso.
  - A mí también, colega, mas mañana debo madrugar porque “Villa Rockefeller” está lejos de mi casa y el sargento Claminton tiene que ir a visitar a su madre.
  - Bueno, yo también debo irme.
  - Y yo.
  - En fin, pues hasta  mañana a los dos.
  - Igualmente.
  - Igualmente.

  Cuando el sargento Cresp y el sargento Claminton se fueron, el señor Smith se fue a su cama y, tras repasar sus anotaciones, se durmió enseguida.


7
  A las diez en punto, el dedo de nuestro detective pulsaba el botón del timbre de “Villa Rockefeller”.
  Le abrió una de las sirvientas y él entró en la mansión.
  Más tarde le pidió al señor Rockefeller que le permitiera interrogar a una de las sirvientas.
  Mientras aguardaba, Smith estuvo en la sala y contempló el cuadro en el que se encontraba la señora Rockefeller pintada con mucho realismo.
  - Esta es Mary, la doncella de mi mujer, espero que la trate bien.
  - Pierda cuidado, caballero.
  Tanto la doncella como el detective tomaron asiento en los sillones del salón.
  - Y bien, Mary, ¿cuánto tiempo lleva sirviendo en esta casa?
  - Unos ocho años y seis meses, señor- respondió la muchacha con un hilo de voz casi imperceptible.
  - Bien, ¿y dónde estaba usted entre las doce y las doce y media del día del crimen?
  - La señora me envió a la cama a las doce y diez aquel día.
  - ¿Cómo?, ¡si a esa hora me aseguró que se encontraba sola!
  - Verá, hasta esa hora estuve con ella, pero después me mandó marcharme, no puedo decirle nada más.
  - ¿Y eso por qué?
 - Verá, mi señora me amenazó conminándome a guardar silencio- le susurró la atemorizada chica mientras se aseguraba de que nadie estaba cerca de ellos.
  - Cuénteme lo que sabe  y le enviaré una escolta de dos policías.
  - Pues verá, cuando salí del dormitorio de la señora vi una figura femenina en el pasillo. La señora me vio verla y me dijo que si decía una sola palabra, esa sombra me mataría.
  - ¿Le pareció la figura de la hija de la señora Rockefeller?
  - ¡No, por Dios!
  - Bueno, gracias.

  Cuando estuvo de regreso en su casa, el señor Smith telefoneó a la comisaría de Scotland Yard para que enviara un par de hombres con el fin  de proteger a la doncella de la señora  Rockefeller.
  A la mañana siguiente regresó a la casa con Claminton.
  Allí, vuelve a hablar con la señora Rockefeller:
  - Señora Rockefeller, ¿por qué amenazó a Mary con matarla si decía que vio una figura femenina al salir de su dormitorio?
  La señora de la casa le miró, perpleja, y respondió gritando con furia:
  - ¡Eso no es cierto!
  - Sí que lo es y usted lo sabe..., y sabe también quién es el asesino, mas se niega a decirlo.
  - No sé quién mató a Peter, señor Smith- afirmó más serenada.
  - Seguro que sí, pero si usted no quiere admitirlo no es culpa mía.
  - ¡Váyase, señor Smith!
  - Con mucho gusto, pero volveré para continuar con mi investigación, no me gusta dejar las cosas a medias.

  De camino a casa, el investigador le comenta a Claminton sus nuevos descubrimientos.


8
  Al día siguiente no fueron a “Villa Rockefeller”, pues el sobrino del sargento Claminton iba a recibir una medalla por sus buenos servicios en el Cuerpo de Policía y el detective fue con el sargento a ver la ceremonia.
    Era un día soleado en la plaza Quarter y el coronel Sandwich sería el encargado de dar los galardones.
  Antes del sobrino de Claminton había otros tres agentes que también recibirían sus respectivas medallas.
  - Damas y caballeros, estamos aquí reunidos para entregar  a estos agentes, buenos agentes, excelentes agentes, que se lo merecen todo, las medallas al valor, a la limpieza, a la tolerancia y al buen servicio.
  >> Porque, ¿qué sería  de este país  si no hubiera unos policías  tan buenos como los  de Scotland Yard, honorable cuerpo  al que pertenecen estos destacados  agentes  aquí presentes  que...?
  Este discurso  duró hora y media, hasta que, por fin:
  >>  Y sin más preámbulos, procederé a la entrega  de las medallas  aguardando  que la velada  haya sido tan agradable para todos ustedes  como lo ha sido para mí. ¡Viva la reina de Inglaterra, yeepeehey, yeepeehey!
  - Comenzaremos por la medalla  de la reina al valor. Recibirá  dicha medalla el agente  Peter O’Connor Sandwell.
  - Me siento muy orgulloso  de esta congratulación, ¡viva la reina, yeepeehey, yeepeehey!
  - ¿Cómo se expresa  esa alegría y ese orgullo con dos palabras?- preguntó el coronel al agente.
  - ¡Yeepeehey, yeepeehey!
  La medalla era dorada, tenía el nombre y la efigie de la reina inglesa  grabado en el centro y colgaba de una pequeña tira de tela  con los colores de la bandera  de Inglaterra.

  - La medalla a la limpieza es para Gordon  Brown Black.
  - Ése soy yo.
  - ¿Cómo te sientes?
  - ¡Muy bien, mi coronel, yeepeehey, yeepeehey!
  - Toma tu medalla, Gordon.
  Ésta era plateada, con el mismo grabado que la primera y colgada como la anterior.

  - La tercera medalla  es como premio a la tolerancia, es decir, aquel que mejor toleró a sus superiores. Ésta es para Johan Young Sandwell.
  - Aquí, presente.
  - ¿Estás bien?
  - ¡Claro que sí, estoy como nunca, mi coronel!
  - Perfecto, perfecto.
  Le coloca la medalla en el pecho mientras Johan sonríe.
  Esta medalla  era exactamente igual  a sus predecesoras, excepto  en que era de bronce.

  - ¡Ah!, se me olvidaba- exclamó el agente deteniéndose en seco antes de sentarse-. ¡Yeepeehey, yeepeehey!- tras lo cual se sienta en su silla, como los otros compañeros.
  Finalmente, le tocó al sobrino de Claminton, que se levantó de su asiento para recibir su premio.
  - ¡Ya era hora!- exclamó el sargento, que ya estaba un poco harto de tanta retórica.
  - Bueno, hombre, tampoco han tardado tanto, digo yo- señaló el detective, divertido.
  - La última medalla, la que premia el buen servicio, es para George Ferguson Claminton.

  George, al igual que sus compañeros, iba vestido con el uniforme  de gala de los agentes de Scotland Yard. Pantalón negro, chaqueta negra, camisa blanca, corbata negra, cinturón de cuero negro con una hebilla dorada y un casco negro.
  - Aquí estoy, presente- dijo muy serio.
  - Le damos la medalla por los buenos servicios prestados, ¿contento?
  - ¡Yeepeehey, yeepeehey!- exclamó como los anteriores agentes.
 - Además- prosiguió el coronel-, por ser el número mil ciento cincuenta y siete en ser condecorado, le corresponde, por gracia de la reina de Inglaterra, un fabuloso automóvil “Morgan”.
  - ¡Qué bien, un “Morgan”!
  La medalla tenía las mismas características que las anteriores, pero estaba hecha con los tres materiales de éstas, produciendo el curioso efecto de una tarta partida en tres pedazos.
  El “Morgan” era excelente, totalmente negro y con un potente motor.



9
  Era sábado diecisiete de octubre de mil novecientos setenta y tres y el detective se dirigió de nuevo, en el automóvil de Claminton, a la mansión. Se disponía a  interrogar  a la señora Simpson, anteriormente señorita Rockefeller, que está casada con un hombre llamado William Simpson.
  Al llegar fueron recibidos por el señor Rockefeller.
  - Mi querido amigo, dígame, ¿cuántas habitaciones hay en esta casa sin contar con el desván y el sótano?
  - Hay unas trece habitaciones. Una para mí y para mi esposa, una para los invitados, cada criada tiene la suya, por lo que se añaden cuatro más, hay dos cuartos de baño y el dormitorio de la víctima. Además, están la cocina, la sala de estar, el comedor y la biblioteca.
  - Muchas gracias, señor.
  Transcurridas un par de horas  llega un coche de color verde  aceituna de la marca Rolls Royce.
  Del vehículo desciende una joven mujer bien vestida, de ojos azules, cabello castaño y buena figura. Al ver al famoso detective le llega un atisbo de nerviosismo. Saluda y entra en la casa.
  El investigador la saluda  y la invita a sentarse en uno de los sillones del salón.
  - Mi querida señora Simpson, me gustaría hacerle unas preguntas.
  - Adelante- responde ella, turbada.
  - Bien, ¿recuerda usted  dónde  se encontraba entre las doce y las doce y media de la noche  del incidente?
  - Estaba peinándome en mi tocador y entonces vi salir a mi marido del dormitorio. Le pregunté a dónde iba y me respondió que quería darle unas órdenes especiales a Miranda.
  - ¿Y después?
  - Después fui al cuarto de baño y vi a Miranda dirigirse al pasillo.
  - Muchas gracias, ahora me gustaría hablar con su marido.

  El señor Simpson apareció un instante después de que le avisaran. Se trataba de un hombre de pelo castaño, ojos verdes y complexión delgada pero formada. Tenía un gusto extraordinariamente bueno con la vestimenta.
  - Siéntese, señor Simpson- pidió el detective cuando le vio aparecer.
  - Comencemos de una vez, señor Smith- replicó el hombre con tono seco.
  - ¿Dónde estaba  entre las doce y las doce y media  de la noche del crimen?
  - Me encontraba en mi habitación  con mi mujer, a las doce y cuarto fui a darle ciertas instrucciones excepcionales a Miranda, ella se lo confirmará, después regresé a mi cuarto.
  - Bien, muchas gracias, señor.

  La señora Rockefeller susurró algo al oído del señor Simpson. El detective se encontraba en esos momentos pidiéndole  al señor Rockefeller alojamiento temporal en su casa mientras trataba de resolver  el caso.
  - ¡Por supuesto que sí!- fue la categórica respuesta de éste-. Puede quedarse todo el tiempo que necesite.
  Al oír esto, la señora Rockefeller casi se desmaya. La señora Simpson, que también  escuchó a su padre, se puso mortalmente pálida.

  Más tarde, y en la calle, el detective aclaró la causa de su decisión a Claminton:
  - Lo cierto, querido amigo, es que deseo que el asesino se sienta  acosado porque crea que ya conozco su identidad.
  - ¡Qué astuto es usted!- alabó el sargento.


10
  Al día siguiente, el investigador se dirigió a la notaría, donde le recibió su viejo amigo Charlie Green.
  Smith, tras saludar calurosamente, fue directamente al grano:
  - Querría que me permitieses leer el testamento de Thomas Rockefeller, si no te es inconveniente.
  - No hay problema.
  Green le entregó unos papeles que Smith estudió muy detenidamente. Se fijó, sobretodo en la letra pequeña del documento. Como si una chispa de luz hubiera aparecido en un oscuro túnel, el detective sonrió. Apuntó aquello que necesitaba en su libreta y, tras agradecerle el favor a su amigo, se marchó.
  Le recogió Michael, que era el chofer de la mansión. El investigador aprovechó el trayecto para averiguar  lo que sabía del caso.
  - ¿Dónde estuvo usted entre las doce y las doce y media  de la noche del crimen?
  - En mi casa, señor.
  - ¿Salió de ella en algún momento?
  - No, señor.
  - Gracias.

  Cuando llegaron a la mansión, Smith salió como un cohete para interrogar a Miranda.
  Miranda era una muchachita bien formada con cabellos rojos y ojos castaños.
  -  ¿Señorita Miranda?
  - ¿Llamaba el señor?
  - ¿Dónde estuvo usted entre medianoche y media hora más tarde en la noche del crimen?
  - En mi cuarto, señor.
  - Explíqueme qué ocurrió esa noche.
  - Salí a eso de las doce y cuarto porque don William me había llamado para darme unas instrucciones especiales.
  - ¿Qué instrucciones fueron ésas?
  - No puedo decírselo, señor, pues eran instrucciones secretas y no las puedo revelar.
  - Bien, muchas gracias, puede retirarse.

  La criada hizo una reverencia y abandonó  la estancia  para volver a sus ocupaciones. El detective se fue a investigar al dormitorio de la víctima, donde nadie, excepto la Policía, había tocado nada desde la noche del incidente.
  En la habitación estaba, pues, todo tal y como el sirviente lo había dejado la noche de su fallecimiento. En la mesilla de noche había un despertador y una pequeña lámpara de aceite casi agotada del todo, la cama no estaba muy deshecha, mas  sí lo suficiente como para que la hubiera ocupado un par de minutos. En el armario estaba colgada su bata de casa, su uniforme para fiestas y la ropa de calle, también había un pijama.
  Era todo muy pobre, la madera del armario, la cama y la mesilla estaba  ya muy vieja y este última, además, estaba carcomida por las termitas.
  Smith sacó  del bolsillo su lupa y comenzó a examinar todo detenidamente.

  Al acabar fue al cuarto  de baño de los señores  de la casa. Al contrario del lugar  que acababa de dejar, aquí todo era muy lujoso y Smith se preguntó cómo era posible  tal convivencia entre riqueza y pobreza. Dejando de lado sus dudas sociológicas, examinó  detenidamente con su lupa toda la estancia sin ningún resultado.
  Entró  seguidamente en el dormitorio de los Rockefeller. Había una cama de estilo Luís  XIII, dos mesillas de noche  de madera  de caoba y un armario de pino gallego. Smith lo revisó todo cuidadosamente, y al llegar a la mesilla de la señora Rockefeller encontró un cuchillo de cocina en el interior del cajón, escondido bajo unos papeles. El arma blanca estaba manchada de sangre reseca hasta la empuñadura. “¿Sería la señora Rockefeller la asesina?”, se preguntó el investigador.

  Cuando le enseñó el cuchillo al señor Rockefeller, éste  quedó horrorizado. No obstante, Smith tuvo la delicadeza de no revelarle al millonario dónde había  encontrado el arma.
  El detective pidió al señor de la casa que le permitiera interrogar a otra de las sirvientas.
  - Puede hacerlo si gusta, señor, Smith- respondió el millonario, consternado.
  - Bien, ahora quisiera interrogar a... ¿cómo se llama la jovencita?
  - ¿Jane?
  - Sí, eso es, Jane.
  Jane no tardó en aparecer en el salón. Era una muchacha pelirroja, de ojos azules y cuerpo de quinceañera. Tenía la ropa de calle.
  - Señorita, ¿quiere sentarse, si me hace el favor?- pidió el detective con voz amable, demostrando, una vez más, la caballerosidad que le caracteriza.
 - Sí, como no.
 - Señorita Jane- comenzó Smith-, ¿dónde estuvo  usted en la noche  del crimen entre las doce y las doce y media?
  - Estaba con la otra sirvienta, charlando y jugando a las cartas.
  - Bien, ¿y qué ocurrió?
  - Bueno, casi no vi nada de lo que pasó después, pero noté que el mayordomo llevaba una palangana de agua caliente al señor. De pronto oímos un golpe contra el suelo, salimos del cuarto y vimos una sombra  corriendo en dirección  a la habitación de Mary.
  - ¿Los dormitorios de Miranda y de Mary están en la misma dirección?
  - Sí, señor.
  - Bien, muchas gracias.
  - Con su permiso, me retiro.
  - Sí, sí, puede irse.

  Smith se dirigió después al pasillo de la planta superior. Allí revisa cada centímetro. Al mirar detrás del carillón, encuentra un agujero en la pared, descubriendo así un pasadizo entre el corredor y la habitación del matrimonio Rockefeller.
  En la alfombra aún se notaban las marcas de la tiza con la que la Policía había marcado el lugar donde había caído la víctima. A la derecha se iba a los baños, y al fondo del pasillo se encontraba el dormitorio de los Rockefeller.
  A la izquierda estaban las habitaciones de dos de las doncellas y la de los invitados. Observó que este último cuarto era tan lujoso como el de los señores de la casa. Tras revisarlo todo, encontró una copia del testamento del señor Rockefeller con la letra pequeña subrayada en rojo. “Esto lo aclara todo”, pensó el hombre.
  Salió de aquel lugar y entró en el dormitorio de Mary, donde tan solo encontró un pañuelo de hombre.

  Después investigó en el cuarto de Miranda. Allí comprobó que había manchas de sangre reseca bajo la mesilla de noche.
  Ambas habitaciones eran igualmente espartanas; una cama de colchón de espuma con una sábana y una manta, una mesilla de noche con una lámpara de aceite, dos cajones y un armario empotrado.
  Al salir del dormitorio fue al baño de los sirvientes. Éste era muy distinto del de sus amos; había una bañera de piedra con grifos de hierro oxidado, un lavabo del mismo material que la bañera y un espejo con una rajadura en una esquina.
  El detective  encontró más sangre reseca en la pileta del lavabo.
  Al salir del cuarto de baño descendió al vestíbulo, donde se encontró con el señor Simpson, al que anunció que salía a pasear al jardín, cosa que no era cierta, pues se disponía a continuar con sus pesquisas.
  Fuera de la casa, indagó sobre el lugar donde el perro había encontrado el martillo. Un poco más lejos de tal lugar, en un árbol, encontró un pedazo de tela. La tela debió pertenecer a un pantalón de pana a cuadros, algo muy exótico.


11
  El detective pidió interrogar a la última de las doncellas.
  La criada que quedaba era Samantha, la cocinera.
  - Señorita Samantha, ¿qué estuvo haciendo entre la medianoche y media hora después de la noche del incidente?
  - Bien, estaba con Jane jugando a las cartas y hablando cuando oímos un golpe en el suelo del pasillo superior. Cuando salimos de la habitación, vimos  a una figura corriendo en dirección  a la habitación de Mary.
  - Bien, gracias, ¿me permite que investigue en la cocina?
  - Por supuesto, señor Smith.

  En la cocina había todo tipo de bártulos para cocinar, como es natural.
  Smith se fijó en el cuchillero, en el que faltaba un cuchillo
  Al mirar al suelo, que estaba lleno de harina, grasa y aceite, entre otras cosas similares, vio claramente, entre otras muchas que pertenecían a Samantha, la huella de otra de las doncellas.
  Al salir de allí, apuntando en su libreta los nuevos hallazgos, se fue a la habitación de Jane, donde no encontró nada destacable. Tampoco en el dormitorio de la cocinera, en el que estuvo después, pudo encontrar algo relevante. No obstante, en la biblioteca vuelve a hallar  una nueva  copia del famoso testamento con la letra pequeña subrayada en rojo.
  Al rato sale de la casa y no regresa hasta tres horas después, para cenar.

  Mientras cenaban en el comedor, el detective estuvo callado y pensativo. Los demás comían totalmente nerviosos, sin sacarle el ojo de encima.
  La señora Rockefeller no aguantó más la tensión y le dijo, repentinamente, con voz chillona:
  - Oiga, si lo que pretende es incomodarnos lo está consiguiendo, ¿por qué no nos dice quién es el asesino, si es que lo sabe, y se larga  de una vez?
  El señor Rockefeller, consternado por las acciones de su esposa, ordenó a Mary que acompañara a la señora Rockefeller a su dormitorio.
  - Excuse a mi esposa, pero es que nos tiene a todos con los nervios de punta.
  - Tranquilo, pronto les desvelaré el nombre del asesino y de su cómplice- indicó el investigador con voz tranquila.
  - ¿Es que hay un cómplice?- preguntó el dueño de la casa con un leve hilo de voz.
  -Sí- le respondió el detective justo antes de  meterse un bocado en la boca.


  Cuando  llegó el fin de semana siguiente, Smith reunió a todos los miembros de la casa en el salón con el fin de desenmascarar al culpable.
  - Bien, comencemos, pero como les veo un poco nerviosos les pediré que antes se tomen una tila- dijo el detective.
  La señora Rockefeller, harta ya del impertinente detective, ordenó a Samantha que preparara tila triple para todos.
  Mientras se la tomaban, la tranquila noche se hizo tormentosa.


12
  - Bueno- comenzó el detective cuando todos habían acabado de ingerir la tila-. Comencemos por recrear los hechos.
  >> El señor  Rockefeller mandó  a su mayordomo a por agua a las doce menos cinco de la noche, el mayordomo cogió la palangana  dorada y fue a la cocina.
  >> Al mismo tiempo, Jane y Samantha estaban jugando a las cartas en el dormitorio de una de ellas cuando notaron pasar al mayordomo  hacia la cocina.
  >> Entonces, Miranda estaba en su habitación y salió un instante, mientras que  los señores Simpson  se encontraban en su dormitorio y Jane con su señora.
  >> A las doce y cuarto el señor Simpson  fue a decirle a Miranda que fuera a por un cuchillo a la cocina.
  >> A las doce y veinte  la sirvienta trae el cuchillo al señor Simpson, que tenía que esconderse tras el carillón y que antes había ido al jardín  a descolgar  de una rama  un martillo que había ocultado previamente. Le dio  el martillo a la sirvienta y le ordenó que rematara  al mayordomo tras clavarle él el cuchillo y que escondiera las armas. También le dio un  par de guantes negros para así evitar la impresión de las huellas digitales.
  >> Tras el homicidio, la sirvienta se asusta tanto que se pone nerviosa. Al sacar el cuchillo rápidamente se mancha los guantes que, al ser de tela, le manchan las manos. Entonces corre a la habitación  de su ama, que en es momento estaba vacía porque ésta había ido al servicio, esconde allí  el cuchillo ensangrentado y sale corriendo al jardín mientras el bullicio del descubrimiento del cadáver la deja pasar inadvertida. Ya en el exterior, entierra el martillo en el jardín. Mas no recordó que  por las noches se suele soltar al perro, que la vio.
  >> La sirvienta entra de nuevo en la casa y deja el pañuelo del mayordomo en la habitación de Mary para incriminarla. Acto seguido va al baño del servicio para sacarse los guantes y lavarse la sangre de las manos.
  >> De nuevo en su dormitorio descubre que no le salieron todas las manchas de sangre, así que, insensatamente, se las limpia en la parte inferior de la mesilla de noche. Los guantes los tiró a la basura.
  - Pero, ¿todo esto por qué?- quiso saber el millonario.
  - Porque- le respondió Smith-, el día anterior al del asesinato fueron a comprobar cómo estaba redactado su testamento. Pidieron dos copias, una el señor Simpson y la otra  la señora Rockefeller. Tras conocer sus planes con respecto a sus bienes, ambos se pusieron de acuerdo para eliminar al heredero de su fortuna: su mayordomo.
  - ¿Y cómo  sabían  que matándolo serían ellos los herederos?
  - Porque, señor Rockefeller, leyeron la letra pequeña.
  -¡Ah!
  >> Fui junto al notario y también leí esa letra pequeña donde ponía, como bien sabe usted: “En caso del fallecimiento del heredero, mi dinero y mis bienes quedarán en posesión de mis familiares”. ¿Lo entiende?
  - Claro, claro.

  Al día siguiente la Policía detuvo a Miranda, al señor Simpson y a la señora Rockefeller.
  El señor Rockefeller cambió su testamento, que puso a favor de su hija y del resto de la servidumbre de la casa.

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