El sol del atardecer descendía lentamente mientras yo reflexionaba sobre los últimos sucesos.
¡Nunca me había sentido tan mal en mi vida!
Sucedió por la mañana. Mi novia y yo paseábamos por las calles de la ciudad, confiados y abrazados. Ella tenía plena confianza en mí, en que nada malo podría sucederle mientras estuviera a su lado.
¡Dios mío, y cómo le fallé! (aunque ella sostenga que no fue así).
Cuando giramos en una bocacalle y entramos en una callejuela de tres al cuarto para atajar hacia otra calle principal, un extraño individuo comenzó a seguirnos.
No tardó mucho en sumársele otro un poco más alto y más fuerte. Nosotros aceleramos el paso pero un tercer individuo nos lo cerró justo en medio de la calleja. Rápidamente el individuo más fornido me sujetó, mientras que los otros cogieron a mi novia. A ella la apalearon, aunque no pasaron de ahí, mientras que a mí aquel que me tenía sujeto me obligaba a ver todo lo que sucedía.
Ella quedó tirada en el suelo mientras todos ellos huían por la angosta calle. Caí de rodillas en el cemento del suelo de la calle por haber gastado hasta el último gramo de mi fuerza en intentar soltarme sin conseguirlo. A ella la habían sobado mientras le golpeaban, y a pesar de que le habían metido mano repetidas veces, no fueron más allá en ese sentido.
Me levanté lentamente y me dirigí hacia ella, tambaleándome, furioso con aquellos que la habían dejado así y furioso conmigo mismo por no haber hecho nada. Compartía su miedo y su dolor, sintiéndolos como si fueran míos, como si, a pesar de que no me habían pegado a mí lo hubieran hecho.
Estaba débil y exhausto, mas cuando despertó, aún con miedo en sus ojos, pude sentirlo, traté de esconder mis sentimientos al respecto y animarla, pues sólo así conseguiría animarme yo también.
No obstante, ahora continúo mal, pues siento que no he hecho lo correcto, que debí haber actuado, aunque fuera con cautela, que podría haberme soltado del tipo aquel y darles una buena lección a los tres.
Pero ya no lo puedo cambiar; sólo puedo proceder de tres maneras para, o bien redimirme de mis actos, o bien huyendo de ellos: no volviendo por esa calleja, buscar otra calle mejor que nos lleve a la calle principal o volver por esa calleja mejor preparado para encararme con esos fulanos, que siempre estarán allí.
Mientras tanto, intentaré hacer que se sienta lo mejor posible, dentro de mis posibilidades; lo que más quiero en este mundo es su bienestar, ya que el mío sólo tiene importancia mientras el suyo exista. . . estando ella a mi lado.
Contemplo este atardecer con mucho pesar, pues me será difícil asimilar que ella está ahora realmente bien, y, por otra parte, también me será complicado conseguir que vuelva a mirarme como antes de lo sucedido.
¡Nunca me había sentido tan mal en mi vida!
Sucedió por la mañana. Mi novia y yo paseábamos por las calles de la ciudad, confiados y abrazados. Ella tenía plena confianza en mí, en que nada malo podría sucederle mientras estuviera a su lado.
¡Dios mío, y cómo le fallé! (aunque ella sostenga que no fue así).
Cuando giramos en una bocacalle y entramos en una callejuela de tres al cuarto para atajar hacia otra calle principal, un extraño individuo comenzó a seguirnos.
No tardó mucho en sumársele otro un poco más alto y más fuerte. Nosotros aceleramos el paso pero un tercer individuo nos lo cerró justo en medio de la calleja. Rápidamente el individuo más fornido me sujetó, mientras que los otros cogieron a mi novia. A ella la apalearon, aunque no pasaron de ahí, mientras que a mí aquel que me tenía sujeto me obligaba a ver todo lo que sucedía.
Ella quedó tirada en el suelo mientras todos ellos huían por la angosta calle. Caí de rodillas en el cemento del suelo de la calle por haber gastado hasta el último gramo de mi fuerza en intentar soltarme sin conseguirlo. A ella la habían sobado mientras le golpeaban, y a pesar de que le habían metido mano repetidas veces, no fueron más allá en ese sentido.
Me levanté lentamente y me dirigí hacia ella, tambaleándome, furioso con aquellos que la habían dejado así y furioso conmigo mismo por no haber hecho nada. Compartía su miedo y su dolor, sintiéndolos como si fueran míos, como si, a pesar de que no me habían pegado a mí lo hubieran hecho.
Estaba débil y exhausto, mas cuando despertó, aún con miedo en sus ojos, pude sentirlo, traté de esconder mis sentimientos al respecto y animarla, pues sólo así conseguiría animarme yo también.
No obstante, ahora continúo mal, pues siento que no he hecho lo correcto, que debí haber actuado, aunque fuera con cautela, que podría haberme soltado del tipo aquel y darles una buena lección a los tres.
Pero ya no lo puedo cambiar; sólo puedo proceder de tres maneras para, o bien redimirme de mis actos, o bien huyendo de ellos: no volviendo por esa calleja, buscar otra calle mejor que nos lleve a la calle principal o volver por esa calleja mejor preparado para encararme con esos fulanos, que siempre estarán allí.
Mientras tanto, intentaré hacer que se sienta lo mejor posible, dentro de mis posibilidades; lo que más quiero en este mundo es su bienestar, ya que el mío sólo tiene importancia mientras el suyo exista. . . estando ella a mi lado.
Contemplo este atardecer con mucho pesar, pues me será difícil asimilar que ella está ahora realmente bien, y, por otra parte, también me será complicado conseguir que vuelva a mirarme como antes de lo sucedido.

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